lunes, 23 de abril de 2007

Draco II

X-11-IV-07

Draco apenas recordaba cosas de sus primeros años en el orfanato. Solo había dos cosas grabadas a fuego en su mente, una era el perpetuo olor a patatas que impregnaba el lugar, el otro era, paradójicamente, una sensación de hambre perpetua en el centro del estómago. No era un hambre ésta de las que nos hacen lanzarnos al plato, no, era el hambre que te quita las ganas de comer, especialmente cuando en el plato sucio le echaban esa mezcla de patatas hervidas con harina de maíz.

El primer mes era siempre el más sencillo, los niños se limitaban a llorar la perdida del seno materno, los días eran repetitivos, o sería mejor decir estables. Poco a poco los niños dejaban de llorar, se convertían en los “perros del sordo”. Se les llamaba así porque los niños dejaban de llorar cuando comprendían que sus guardias no le escuchaban. Con los años Draco entendió porque los mayores rondaban siempre alrededor de las salas de los más pequeños, buscaban al primer perro del sordo. Esa era una recuperación de una parte de la naturaleza que el hombre había perdido en el resto del mundo. En el orfanato nº 1 lo llamaban “los perros del sordo”, en el resto del mundo era un fenómeno conocido como “selección natural”. La vida era más fácil si eras uno de los primero “perros del sordo”, el problema era si no querías formar parte de montaje de los mayores que te habían fichado. Draco tuvo la suerte de ser el “primer perro del sordo”. El problema era que desde que uno empezaba a serlo se perdía lo que antes llamaban monotonía, lo que llamaban desde ese día seguridad.

Jorge Soria

lunes, 9 de abril de 2007

Draco

Lunes 9 de Abril de 2007:

I

Draco miraba por la ventana de la habitación número 166 del hotel Albert Grass de Boston. La lluvia caía sobre la acera mientras sus lágrimas limpiaban la moqueta de su habitación. El cansancio le pesaba más que la tristeza. Miraba por la gran ventana, pero estaba traspuesto, al contrario, su materia gris sudaba intentando encajar sus recuerdos sacados a flote por las ondas que formaban las gotas de lluvia en la acera de la avenida Lincoln. No sabía a ciencia cierta si el mundo seguía girando fuera de su cuarto. Él no estaba allí por pensar, de eso se encargaban otros en Moscú. No, él había nacido para correr en círculos para que se le colgara una medalla de oro, para enseñar al mundo la superioridad de los nietos de Lenin, de los hijos de Stalin. Eso era ayer, pero hoy... que debía pensar hoy, que debía responder, ya no lo sabía, nadie se lo había dicho.

Con dolor vino a su mente un olor que no podía clasificar. Draco solo sabía que le deshacía por dentro. Recordaba que era lo primero que había olido en su memoria, no lo recordaba tan claramente hasta que llego a Boston, era el olor de una casa, de esa casa que abandonó a los 6 años. ¿Podía ser que el olor más parecido al de su primer hogar fuera el de un hotel en Boston?

Fue a raíz de esa pregunta cuando Draco empezó a recordar sus primeros años en el orfanato de las U.R.S.S. nº 1...

Jorge Soria