domingo, 11 de noviembre de 2007

Te Quiero

Nunca me haces dudar,
siempre en mi boca rosa
tu palabra es mi pan.
Yo te adamo.

Por caminos de sal
mis pies descalzos lloran,
tu amor me ayuda a andar.
Tú me amas.

Te escribo una postal,
mas me tiemblan las manos,
tú las sujetarás.
No hay dudas.

Siempre te sigo, pues sé
que es verdad tu enseñanza
y que enseño tu verdad.

Miguel Ginel

sábado, 10 de noviembre de 2007

Surcos

Rasga la pluma
El delicedo papel
Dejando su marca
Que no ha de perecer.
La tinta imprejnada
De placer y de hiel.
Rasga la pluma
Cauterizando a aquel
Que escribe este poema
Sin saber por qué.
Tú eres la pluma,
Yo solo el papel.
Tus movimientos harán arte
O destrozos en mi piel.
Pero los surcos que dejas...
Con esos surcos moriré.

Jorge Soria.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Catorce versos

Comienzo mi colaboración con esta maravillosa suerte de revista literaria. No sé con qué periodicidad iré hablando de poemas y poetas. Para abrir la sección he elegido un poema de García-Máiquez.

En Casa Propia (Renacimiento, 2004) de Enrique García-Máiquez, hay muchos poemas que me han llamado la atención, por su belleza, por su optimismo y alegría ante la vida, por su amor a Leonor (ese acróstico que le hace, al releer el poema, "rozarte con los labios") etc. Con una gran variedad y dominio de los distintos metros, García-Máiquez sale y hace salir al lector "sonriendo en mis poemas", y es que canta alegre, "y es por eso/ que canto poco. Mientras/entre una línea y otra, oculto, corre el tiempo/y por él va el dolor..." Pero me quería fijar en un poema magistral. Max Jacob, aquel bohemio francés, aconsejaba al joven aprendiz de poeta que no fuera superficial,que todos sus verso debían ser hondos. Rilke, en sus famosas Cartas, en concreto, en la tercera, dice lo mismo. La poesía no es un juego verbal, y por eso García-Máiquez replica con autoridad a Lope de Vega con este magistral poema:

Un soneto me manda hacer, violenta,
mi tendencia al pastiche. Ya en el reto,
voy rematando mi primer cuarteto
con pie forzado y mano desatenta.

Sin penas, sin apenas darme cuenta
-pero contando- me hallaré, discreto,
en medio del camino del soneto.
Hasta la otra mitad, mi pluma intenta

saltar. Subo el penúltimo repecho
y desde aquí, cuando se ve el final,
miro a mi espalda y quedo insatisfecho.

Porque un poema es pálpito en el pecho.
Ni guiño a la afición ni flor formal.
Cuento -sí, son catorce-, y no está hecho.